Cabo de Gata (Almeria)
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Cuando desciendes del faro, hacia el pueblo de La Almadrava, hay un momento en el que se para el tiempo. Es preciso hacer este descenso por la tarde, cuando el sol empieza a descender, y pararse a observar su juego final. Las salinas bullen incendiadas de rosa sal, las corrientes bordan cintas en la seda azul del mar. La espuma rompe en la larga costa. Cobalto y dorado, plata y púrpura, mientras llegas a la arena obscura al pie del mismo Cabo, en la Fabriquilla, y sigues hacia la Iglesia que ya se recorta en el cielo casi nocturno.
Hay otros lugares mágicos, una cala a la derecha de El Playazo, muy chiquita, pasada la gruta marina, donde entre la arena hay millones de conchas blancas.
O esa cueva pequeña, sobre la colina, en la que he pasado tantas horas, en el Cuarenta, un cortijillo a las afueras de Rodalquilar desde la que se puede observar todo el juego de la luz en el campo amarillo con el reflejo del mar.
El Arrecife de las Sirenas, la Media Luna, el ruido del viento llegado al pueblo, las tardes silenciosas, caminar en el Charco buscando huellas y observando aves, asomarse a la belleza inigualable del paisaje llegando a La Isleta.
Pronto llegará la breve primavera temprana, cuando del desierto se arranca a cantar flores rosas y blancas.
Necesito oler las salvajes olas de poniente, necesito volver…